lunes, 12 de mayo de 2008

Lisboa

El jueves pasado salimos para Lisboa para pasar un largo fin de semana en la capital lusa. La primera impresión fue la de la facilidad que tiene llegar a la ciudad y desplazarse. El aeropuerto se encuentra directamente en la ciudad, por lo que se llega al centro rápidamente. El sistema de transporte público es excelente. Recomendable adquirir un pase sin límite de viajes para el número de días que uno vaya a pasar en la ciudad. Buses y metros pasan con alta frecuencia. Los antiguos 'elétricos' (tranvías) son pintorescas máquinas en las que dar una vuelta por la ciudad resulta toda una aventura. Las estaciones de metro están en gran parte artísticamente decoradas y diseñadas, cubiertas de azulejos y ambientadas con buena música, haciendo de los viajes en metro una experiencia mucho más satisfactoria que la del mero desplazamiento espacial. Las distancias en el centro de la ciudad parecen pequeñas, se llega con mucha rapidez de un punto de interés a otro.

No habíamos tenido mucho tiempo para informarnos sobre la ciudad, así que la táctica utilizada fue la de perderse por las calles y orientarse sobre la marcha. El clima bien, algo variable. La ciudad parecía bastante vacía, quizás es el contraste con el frenetismo de Barcelona. Ello afectaba el ambiente en algunos casos, pero tenía grandes ventajas en otros: nunca nos costó demasiado encontrar mesa en un restaurante, lugar en un bar, nunca una cola larga, pocas veces un medio de transporte a tope, etc. Me sorprendió que la atmósfera fuera la de un país más frío, me esperaba algo más cercano a España. Y me sorprendió sobre todo, porque todo lo que ofrece Lisboa debería atraer mucho más turismo del que vimos. Lisboa es quizás el secreto mejor guardado de Europa...



La ciudad en sí es un laberinto de subidas y bajadas, elevada sobre una serie de colinas, cada una de las cuales ostenta uno o más miradores con vistas espectaculares, en las que destacan los tejados naranjas que esparcidos por toda la urbe. De la misma forma parece que cada calle tiene su 'cabeleireiro', creo que el cartel visto con más frecuencia en la ciudad. Y sin embargo no parecía que los lisboetas tuvieran obsesión alguna con su corte de pelo. Ni con su forma de vestir, más bien sencilla, sin estridencias. Ni en los mejores restaurantes parecía que las exigencias de etiqueta fueran muy altas, una situación en la que me sentía bastante cómodo. Todo un contraste con la explosión fashion que es Barcelona. La gente es muy amable también, siempre atentos a ayudar a cualquier turista que pareciera medio perdido.

Las fachadas de las casas, cada una con un azulejo característico, son parte del carácter único de la ciudad. Las plazas, iglesias y monumentos corresponden a los de una antigua capital imperial, no hace falta mucho ahondar sobre ellos, están a la vista. Pero quizás lo que más nos gustó fueron los locales a donde nos llevó la fantástica 'Time Out Lisbon'. Empezando por el ambiente innovador del Frei Contente, donde disfrutamos de comida tradicional portuguesa. Siguiendo por la atmósfera original y el trato amigable de Restô y Bartô, restaurante y bar de la escuela de circo Chapitô, en la que además tuvimos la suerte de encontrarnos con una noche especial de fado a uno de los maestros de la guitarra en este género. Añádanle visitas repetidas al alternativo Pois Cafe, regimentado por una austriaca que ofrece un excelente strudel de manzana y la refrescante 'limonada austriaca' (Holundersaft). El auténtico ambiente marroquí se vivió en Flor de Laranja, donde la simpática anfitriona se esmera en dar a conocer lo mejor de su tierra. Los emblemáticos pasteis de Belém se disfrutaron en el único lugar donde deben disfrutarse: La auténtica Antiga Confiteria de Belém, con sus cinco o seis salas repletas de lisboetas amantes de la nata. El premio a la decoración más delirante se lo lleva el Pavilhao Chines. Y la joya de la corona fue una parrillada argentina de La Paparrucha, que además ofrece unas vistas espectaculares. Nos faltaron días para poder visitar todos los lugares que habríamos querido probar. Sólo en la calle Rua da Rosa habían suficientes restaurantes interesantes para explorar durante semanas. Y por la noche va bien cualquiera de los bares de la Rua Atalaia o la Rua Diario de Noticias, todos acogedores a su manera. Todos estos lugares estaban a pocos minutos a pie los unos de los otros. El Barrio Alto es una zona exquisita.

A destacar también la visita a la zona de la Expo de 1998, sobre todo el fantástico Oceanário, uno de los mejores acuarios que hemos visitado. No se pierdan los videos de los papagayos de mar y las nutrias que subiré en una futura entrada.

Corolario: gostamos muito de Lisboa. Ciudad tranquila, gente simpática, calidad de vida, mucha personalidad, ciudad auténtica. Mucho arte y atención a los detalles en todos los locales de la ciudad. Bastante dificultad tendrá esta ciudad en seguir manteniendo un perfil tan discreto.

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